En mi caso me voy a presentar porque me parece que el conocer un poco de mí os va a ayudar a decidir si lo que voy a escribir os interesa o no y en caso de que sí, a entenderlo mejor.
Me llamo Eva, tengo 22 años y tengo medio corazón a cada lado de Pirineos. No literalmente, claro, lo procuro llevar entero allá donde voy, pero cada vez que viajo a Francia un cachito se me queda allí. Todas estas metáforas son mi pequeño momento de creerme Molière, pero en realidad mi relación con nuestros vecinos del norte comenzó de una forma mucho más mundana.
En sexto de Primaria empecé a dar clases de francés con una profe que venía a mi casa y si bien el primer año perseguía a mi madre por el pasillo diciéndole que lo quería dejar, que no era lo mío, pronto me empecé a enamorar del idioma en el que ahora sueño a menudo. Un verdadero “coup de foudre” (golpe de locura, literalmente) como decimos en francés. Tanto fue así que en cuarto de la ESO me cambié del instituto de mi barrio a otro de la ciudad en el que ofrecían un bachillerato bilingüe, el Bachibac, con el que obtuve tres años más tarde el título francés y el español. Los mejores años de mi vida sin lugar a dudas. En aquel momento yo ya tenía claro que quería ser profe de francés, por eso me aventuré a irme sola a otro centro lleno de desconocidos, pero los profesores que tuve allí fueron y siguen siendo mis grandes referentes.
Ellos tenían una cosa clara en la que reside en gran parte el éxito de su proyecto bilingüe y es que lo que se ve en el aula es importante, pero lo vital se aprende fuera. Tal vez porque una lengua está viva y para aprenderla hay que vivirla. Por eso, los intercambios y viajes que hice en aquellos años me marcaron como alumna y definieron el tipo de profesora de idiomas al que aspiro. Soy plenamenete consciente de que aunque me convirtiera en la mejor profesora de francés del mundo, los chicos siempre van a aprender más una tarde con compañeros franceses que conmigo en clase una semana. Además, que no se nos olvide que la principal función de las lenguas es comunicar, entenderte con otras personas con las que de otra manera sería más difícil hacerlo y crear vínculos, amistades, que van a mejorar desde tu vida personal hasta la propia comunidad europea. Por no irnos más lejos de momento.
Supongo que a
estas alturas ya os habéis hecho una pequeña idea de quién soy y de la profesora
en la que me gustaría convertirme, así que, por hoy, lo dejamos aquí. Pero antes de irme quería compartir con vosotros esta frase de Nelson Mandela que me parece tan motivadora cuando nos proponemos aprender una nueva lengua:
“Hablarle a alguien en un idioma que entiende permite llegar a su cerebro, pero hablarle en su lengua materna significa llegar a su corazón”
À bientôt! ¡Hasta pronto!